Fundación Martínez de León
Andrés Martínez de León (Coria del Río 1895 -Madrid 1978)

Coria del Río y su Hijo Predilecto

Por Carlos Lobato Lama 

1929, (Parque Carlos de Mesa, Coria del Río (Sevilla)

Andrés Martínez de León, HIJO PREDILECTO DE CORIA  DEL RÍO

 

Andrés Martínez de León no necesita presentación. Su nombre ha recorrido de la mano de “Oselito”, todos los rincones españoles y muchísimos del extranjero. Como es tradicional en él, en estas fechas se encuentra en Sevilla. Este año con doble motivo. Por un lado su habitual escapada para pasar la Semana Santa y la Feria y  por otro, la exposición de sus obras.

Allí, en el Salón Florencia, donde expone,  lo hemos encontrado.

Conversaba con unos amigos. Al vernos hizo un aparte. Saludos y felicitaciones por doble motivo, por el éxito que está obteniendo en la exposición y por ese nombramiento de Hijo Predilecto de Coria.

¿Cuándo lo supo?

- Esta mañana al leerlo en ABC y me produjo una gran  satisfacción. No sé como agradecérselo a todos, a los que me conocen personalmente y  a los que no, a nuestros paisanos y aquellos otros que sin serlo se han identificado con nuestro pueblo.

Un coriano gran aficionado a la pintura se acerca a felicitarlo. Seguimos nuestra  amena conversación cuando aparecen otros dos paisanos. Nuevas felicitaciones. Aquello toma auténtico sabor coriano y Martínez de León, con esa personalidad que le  caracteriza, comienza a contarnos detalles de su vida.

- Nací en el número 45 de la marinera calle del Palomar hace setenta y un años. Cuando era todavía muy pequeño nos vinimos a vivir a una huerta de Triana, en la que mi padre era capataz. Después volvimos a vivir a Coria en varias ocasiones. Recuerdo que en una de estas épocas y viviendo en esta calle -aquí cogió papel y bolígrafo y nos hizo un plano completo de la zona de la calle Méndez Núñez y alrededores-, precisamente aquí, un toro de aquellos que solían soltar por las calles antes de entrar en el matadero, por poco me coge; menos mal que cuando ya me alcanzaba tropecé, caí y el toro me pasó por encima.

Andrés, ¿desde cuando pintas?.

- De siempre; creo que desde que nací, haciendo garabatos y pintando en las paredes, con los consiguientes castigos.

La conversación continúa. Martínez de León no es sólo un gran dibujante, además es un gran amenizador. Donde esté siempre habrá conversación agradable y sabrosa, pero todo ello sin afección alguna, con gran naturalidad y con una gracia especial. Desde el principio al fin centra toda la atención de tal forma que los minutos pasan sin sentirlo. Por ello, quizás, siempre le rodean buenos amigos. Sabemos de sus preferencias por esas cosas que produce su tierra, o más bien su agua, los camarones, los albures, los sábalos y sabogas. También, cómo no, esas aceitunas caseras que allí en Madrid, le están privadas.

No hace muchos días estuvo en nuestro pueblo con unos paisanos, comió sabogas y se dio un paseito por sus dominios, que están precisamente sobre la línea del término entre Puebla y Coria. A ello nos referimos ahora.

¿Es cierto que piensa venirse a vivir a su finca?

-Esa es, sin duda alguna, la gran ilusión que he tenido y sigo teniendo en mi vida, tener una casa y un estudio donde  pasar largas temporadas en los años que me restan de vida, contemplando el campo y el cielo de la tierra que me vió nacer. Espero que muy pronto esta ilusión sea una realidad.

El padre de “Oselito” es requerido por nuevos visitantes que le felicitan y se interesan por sus obras. Nosotros nos despedimos, no sin antes estrechar la mano que de forma magistral sabe plasmar sobre el lienzo toda la belleza, toda la luz, todo el color y todo el sabor de la fiesta nacional.

 

ABC de Sevilla 17/04/1966


 

Andrés Martínez de León

Por Carlos Lobato

Cada año, cuando las Fiestas de nuestro pueblo se acercan, viene a mi recuerdo invariablemente el nombre de aquel gran coriano que fue Andrés Martínez de León. Él, durante muchos años ilustró la portada y el interior de esta revista con el beneplácito de todos, revista que pregona a los cuatro vientos la Feria coriana. La verdad es que, desde que se nos fue, algo le falta a la revista. Tenía una personalidad de tal magnitud que yo sería incapaz de valorar en toda su medida. Pero me voy a atrever a contaros algo de lo que sé.

Puede decirse que le conocí desde pequeño, si no físicamente, sí en los relatos que mi padre, bastante amigo suyo, nos hacía. Nos contaba anécdotas y sucedidos en los que la gracia y el derroche de simpatía  de Andrés ponían siempre la nota destacada. Por ello, se puede decir que siempre estuve en contacto con él. Fue Andrés una persona que jamás perdió de vista a su Coria natal, a la que nombraba cada vez que se le presentaba la ocasión, bien en dibujos o historietas publicadas en la prensa o bien en conversaciones con los amigos.

Los toros, las escenas de la marisma, el río o el fútbol, eran sus temas predilectos. Temas que nacieron de su estrecho contacto con ellos y que su indiscutible sensibilidad artística plasmaba con ágil trazo y gracia innata.

Estaba  deseoso de su reencuentro con su Coria natal, pero le daba miedo. La añoraba, se resistía, pero en el fondo quería que alguien le empujase. Quería volver a recorrer sus calles, recordar sus andanzas juveniles, quería volver a paladear el sábalo, los albures y los camarones en su salsa. Lo deseaba, pero no se atrevía. Al fin, accedió a los deseos de sus paisanos y el reencuentro llegó, y  le trajo momentos de gran felicidad que él nunca pudo olvidar.

Su primer contacto fue a través del Ayuntamiento que le solicitó su colaboración para la revista de Feria. Con motivo de esta colaboración surgió mi primera comunicación con él. Fue en septiembre de 1964 gracias a unas líneas que escribí en ABC comentando sus dibujos y en las que entre otras cosas decía “que era el mejor dibujante del mundo”. En respuesta, me escribió por vez primera y de su escrito destaco esta frase: “Qué más quisiera ser el mejor dibujante del mundo para poder ofrecerlo a la tierra de toda mi familia y mía propia”. Así se expresaba Andrés, coriano por encima de todo.

Andrés Martínez de León, acompañado de sus hijos Manuel y Andrés Martínez Alberdi y unos vecinos de Coria, en la finca de su propiedad; al fondo la Casa de Blas Infante, en Coria del Río.


 

Vivía en Madrid, es cierto, pero su pensamiento, su corazón, estaban aquí. En otra carta me decía: “Por desgracia, lo que nos aventó a todos, separándonos, ha impedido la natural continuación de mi asidua amistad con los padres y los hijos, hasta el punto de hacerme físicamente casi un extraño entre mis paisanos jóvenes. Menos mal que el cariño a nuestro pueblo nos une y el pasado no se ha borrado del todo. En mí, desde luego, no. Es más, cuando ya se traspasa cierta edad, se sienten deseos de volver al principio, al lugar que le vio nacer, cosa que con un poco de suerte espero lograr pronto”.

Como habréis podido leer, su tierra tiraba de Andrés con gran fuerza, con tal fuerza, que una de sus grandes ilusiones era la edificación de su estudio en una finca que poseía entre Coria y Puebla, más cerca de esta última población, pero los trámites de construcción se fueron demorando por falta de agua necesaria para la construcción. Al no poder resolver este problema, adquirió un piso estudio en Sevilla, en la calle Felipe II y en más de una ocasión me dijo: “Mira, desde aquí, casi se ve a Coria y la marisma”. Al hablar de estos terrenos, viene a mi recuerdo una conversación que tuvo Andrés con nuestro paisano Pepe Franco en la que le dijo: “D. Blás Infante se fue a vivir a Coria porque lo llevé a ver los terrenos frente a la casa que yo tenia allí; terrenos que compró D. Blas para construir lo que es conocido por “el Santuario Andaluz” y además, yo fui el primero que dibujó el escudo de Andalucía, siguiendo las instrucciones que me iba dando D. Blas”.

Andrés era un hombre honesto, honrado y cabal. Tenía conversación para animar cualquier reunión. Su gracia innata, le hacía pronto ser el eje donde estuviese. Sin embargo, era de una gran modestia. No le gustaba ser el principal intérprete, él siempre hubiese sido del coro, pero como el que vale destaca, por ello no pudo ni puede quedar en el olvido.

Con ocasión de unas historietas en el Diario España, en las que hacía mención a nuestro equipo de fútbol, la junta directiva del Coria C.F., que entonces presidía Manuel Ruíz Sosa, acordó rendirle un homenaje y nombrarle socio de honor. Entré en contacto con él, se lo expuse y me contestó, “que debían desistir, aunque su sola idea agradecía entrañablemente”. Me alegaba en una de sus cartas, “que no podía aceptarlo por algo invencible en él, en su carácter, aún tratándose de algo tan entrañable y popular del pueblo donde nació”. Así era de modesto Andrés Martínez de León. Aún así, no desistimos y al fin se logró que claudicara. En un acto celebrado el día 4 de mayo de 1965 se le entregó un pergamino con el nombramiento y se le impuso una insignia de oro del club. A los pocos días, me decía alegremente, “Ya he colocado en mi estudio el pergamino y como ves en mi solapa la insignia del Coria” y lo decía con toda la alegría que puede sentir un coriano de pro.

Casi un año después, el 14 de abril de 1966, el Ayuntamiento de Coria, en sesión plenaria y bajo la presidencia del alcalde D. José Alfaro Lama, nombraba hijo predilecto de la villa a su insigne hijo Andrés Martínez de León. Precisamente el alcalde Sr. Alfaro Lama fue el que representó a todos los niños de Coria en el año 1926 cuando se descubrió el nombre de Paseo Martínez de León, siendo alcalde en aquel entonces D. Carlos de Mesa.

Pero Andrés no quería nada, se contentaba con la amistad y cariño que le demostraban los corianos. De nuevo tuvo que claudicar ante la insistencia de sus paisanos y el 3 de mayo de 1966 se descubría una lápida en la casa en que nació en la popular calle del Palomar y cuya inscripción dice “Aquí nació mi bató…¡casi na! Y lo firma Oselito”. Con este motivo nuestro paisano pasó uno de los días más grandes de su vida, recorrió las calles, dialogó con antiguos conocidos, conoció a muchos jóvenes, degustó nuestros riquísimos productos del río y se vio rodeado de muchísimos amigos. Se había reencontrado con su pueblo y por ello era todo lo feliz que se puede ser. Otro paisano nuestro, Pepe Franco le dedicaría estos versos:      

  

                        Calle del Palomar, calle de Coria

                        preludio de Triana presentida;

                        por el Guadalquivir las dos unidas

                        cunas de su nacencia y de su historia.

                        En un doce de abril, la ejecutoria

                        comienza de su arte y de su vida;

                        color y negro y vida dolorida;

                        color y luz y un resplandor de gloria.

                        En el latido de su pulso arde

                        de las sombras y luces la armonía,

                        Sevilla, sombra y luz, seda y crespón

                        en el cristal inmenso de la tarde

                        se detiene la luz de Andalucía:

                        ¡Dibuja, Andrés Martínez de León!

 

Andrés había vuelto a su pueblo por la puerta grande. En cierta ocasión me lo encontré en el parque Carlos de Mesa en compañía de sus hijos. Los había traído para enseñarles su pueblo y para inculcarles  aún más su cariño.

Y llegamos a la Feria y su presencia era ya una obligación. Se esperaba con impaciencia y cuando aparecía todas las casetas se volcaban en ofrecerle lo mejor y él pasaba una gran noche, alegre y feliz. No quiero exagerar pero en cierto aspecto, era la estrella de la noche y él en el fondo se sentía orgulloso de ello.

Muchas veces le visité en su estudio. Allí departíamos amigablemente mientras daba sus pinceladas y la verdad es que no hay palabras para expresar la simpatía arrolladora que poseía. Sus dotes de conversador, su prodigiosa memoria, cómo relataba aquel o este sucedido, aquella o esta anécdota. Daba gusto hablar con él. De una sencillez maravillosa, de una modestia asombrosa, de una bondad sin límites, artista cien por cien, campechano. Era, como solemos decir por aquí, un hombre bueno.

A Andrés, como a todo mortal, le llegó su hora, pero su obra, para orgullo de su pueblo y de sus paisanos quedó repartida por todo el mundo.

Nos atreveríamos a sugerir “a quien corresponda”, que si el nombre de Coria fue paseado por toda España y parte del extranjero por Martínez de León, por qué no organizarle un homenaje póstumo, que bien pudiera ser una exposición de sus obras  y un ciclo de conferencias sobre su personalidad.

REVISTA FERIA 1985